
Los chicos me estaban hartando con sus tonterías así que les dije que sacaran sus cheiras y me las clavaran en esófago, corazón y pulmones. En un principio intercambiaron miradas. Finalmente decidieron hacerlo. Era imposible. Sus miradas de incredulidad se traducían en nuevas puñaladas. Ni siquiera salía sangre. Pararon y preguntaron ¿Por qué, hijoputa? ¿Por qué? Dije que no lo sabía y me fui. Las escasas ...